A 28 años de su lanzamiento, el disco sigue siendo una pieza clave en la historia cultural del país.
Era mayo de 1997. Argentina se debatía entre la resignación y la protesta. Un Carlos Menem en sus últimos años de mandato intentaba mantener la ilusión en un país fracturado. En medio de cortes de ruta que dibujaban en el asfalto el descontento popular, Andrés Calamaro lanzó una obra que se elevó por encima del ruido social. En esos 55 minutos, el artista argentino se redescubrió como solista, dejando fluir todo aquello que bullía en su interior. Ironía, rabia, y un adelanto de esa honestidad brutal que vendría años después. La eterna discusión sobre si este álbum es su mejor creación pierde relevancia ante los datos: se trata del disco más vendido de su carrera y el segundo más exitoso en la historia del rock nacional, sólo detrás de El amor después del amor de Fito Páez. Pero, ¿qué hizo de este trabajo un fenómeno cultural tan irresistible?
Para comprender el revuelo de Alta suciedad, es necesario remontarse al momento en que Calamaro decidió cruzar el Atlántico hacia España, en 1990, buscando refugio en un escenario europeo que le ofrecía nuevas alianzas y un respiro frente a la decadencia económica de su país natal. Allí, se vinculó con figuras como Ariel Rot y Daniel Melingo, quienes se convirtieron en cómplices de su trayectoria. Pero tras la fractura de Los Rodríguez, el artista necesitaba reinventarse, y lo hizo regresando a sus raíces musicales, a ese rock visceral que había marcado su juventud.
Fue en Nueva York, Estados Unidos donde el álbum tomó forma, bajo la batuta de Joe Blaney, un productor acostumbrado a trabajar con gigantes como The Clash. Junto a músicos de la talla de Steve Jordan y Marc Ribot, el cantante construyó una obra que se alimentaba tanto del dolor como de la sátira. ¿El resultado? Un disco que integraba desde el soul hasta el rock ‘n roll, transitando por el reggae y el pop, en una mezcla que solo Andrelo supo articular con absoluta naturalidad.

El título, en sí mismo, ya anticipa mucho de lo que contiene el álbum, aunque según el propio músico, no posee un significado profundo ni intencional. En distintas etapas del proceso creativo, el disco llevó nombres como El otro lado del novio del olvido y, más adelante, Decidí contarlo. Finalmente, se optó por un título más directo y contundente: Alta suciedad – sin confundir, claro, con Alta sociedad –. “No me comprometo demasiado con el título. Fue una casualidad; prefiero interpretarlo como una expresión de autoironía. Son dos palabras que, juntas, suenan bien, como diría Paul McCartney: ‘Michelle, ma belle, these are words that go together well’”, confesó Calamaro en una entrevista para El País en 1997, mientras cocinaba el álbum.
Líricamente se sostiene sobre personajes que parecen nacer directamente de las calles porteñas. De hecho Calamaro, en más de una ocasión, señaló que “Flaca” y “Loco” funcionan como Adán y Eva, una pareja imperfecta que navega entre el amor y el desencanto. A lo largo del álbum, la narración se vuelve más profunda e introspectiva en temas como “Crímenes perfectos”, donde la oscuridad y la confesión personal adquieren protagonismo. Por su parte, canciones como “El tercio de los sueños” y “Comida china” aportan esa melancolía que contrasta con la energía de otros pasajes. A su vez, la exploración rítmica aparece con fuerza en “Me arde” y “¿Quién asó la manteca?”, sumando texturas a este disco que escapa de las categorizaciones.
A 28 años de su lanzamiento, Alta suciedad sigue siendo un referente esencial del rock argentino. Su vigencia no radica únicamente en la permanencia de sus canciones en escenarios y bares, sino en la manera en que representa una forma de hacer música que hoy parece casi perdida: cruda, poética y genuina. El álbum no solo se posicionó gracias a la popularidad de sus temas, sino también porque supo condensar el pulso de una época y una actitud frente a la vida. Con 14 canciones que funcionan como postales urbanas, logró sintetizar sentimientos colectivos sin necesidad de justificaciones ni discursos grandilocuentes.
Fuente: Billboard
