Divididos: Vamos lavando las remeras

La banda emblema del rock argentino está de fiesta y con ganas de saldar cuentas con su historia. A casi 30 años de un concierto que, pese a simbolizar su consolidación masiva, les dejó una sensación amarga, “la aplanadora del rock” volverá por la revancha al Estadio de Vélez Sarsfield. Desde su sala de ensayo en el oeste de Buenos Aires, Ricardo Mollo nos habló sobre esto, su entusiasmo por el aterrizaje en Chile dos semanas después, y también acerca de ‘San Saltarín’, la mejor canción de Divididos de los últimos 20 años y que decidieron editar como sencillo en la antesala del histórico show. 

Felipe Godoy

En febrero de 1981, Queen visitó Argentina para una seguidilla de cinco conciertos que comenzaron en el Estadio José Amalfitani. Cuenta la historia que Ricardo Mollo y Diego Arnedo, en años en que oficiaban como miembros de la banda de Omar Mollo, MAM –y unos años antes de conformar Sumo–, se juntaron en un bar cerca de la cancha de Vélez Sarsfield para poder escuchar el concierto, ante la imposibilidad de pagarse la entrada. Al rato, recibieron una milagrosa ayuda para entrar al estadio, y pudieron maravillarse ante la presencia de una de las bandas más importantes del mundo en ese entonces. Esto, según el relato, habría generado un impacto importante en la dupla de amigos, alimentando su hambre por profesionalizarse como músicos. 

La historia también cuenta que, años más tarde, cuando Divididos logró hacer su propio Vélez en 1994, un adolescente Catriel Ciavarella estuvo en la prueba de sonido y pudo compartir personalmente con el baterista Federico Gil Solá. A partir de esto, Catriel habría quedado tan encantado con el instrumento que al día siguiente se armaría una batería casera. Diez años después, se convertirá en el baterista más estable de un grupo que no por nada ostenta el rótulo de “aplanadora”. Todo un logro.

La decisión de Divididos de hacer un concierto en el estadio de Vélez Sarsfield está llena de simbolismos y narrativas cargadas de significado. Hace 29 años, el 10 de septiembre de 1994, la banda se presentó en el mismo estadio en el marco de la gira promocional de “La Era de la Boludez” (1993), su disco más exitoso, aunque no con los resultados deseados. Hoy esperan con entusiasmo volver a este lugar, en el que, si bien no ocurrió nada tan terrible, sí aseguran que se quedaron «con un mal sabor», como aseguraría Mollo a Página 12 el año pasado.

Viene este concierto en Vélez, y el relato que se ha ido armando es el de revancha. Probablemente los argentinos conocen bien esta historia, pero ¿puedes contarnos un poco a los chilenos lo que fue todo este tiempo de “La Era de la Boludez”? Ese concierto y todo lo que pasó con ustedes en esos años.

Claro. Se dio justamente en el marco de un disco que sonó mucho y que un poco nos asustó. Cuando una canción tuya empieza a sonar mucho en la radio y tu teléfono empieza a sonar más que la canción, medio que nos queríamos meter debajo de una piedra, y quedarnos ahí hasta que pase todo. Entonces fue atravesar lo que se llama «encontrarte con un hit», que no lo habíamos… no estábamos preparados para eso, y lo sufrimos. De hecho, tocamos mucho en un estadio pequeño que hay acá que es para cinco mil personas, el Obras Sanitarias, un templo del rock en su momento. Y tocamos ahí como 14 o 15 veces en un año. Pero era tan fuerte lo que pasaba con ‘¿Qué ves?’, que decidimos no tocarla en vivo, porque sentíamos que mucha gente venía solamente a escuchar esa canción y nos pareció como doloroso (ríe). Entonces decidimos no tocarla más. 

Como varias de los grupos de rock argentino, especialmente aquellos que se consolidaron en los años noventas, es difícil no visualizar a Divididos como una banda de estadio. Los estribillos pegajosos, los entretenidos rituales que incluyen la llegada con mochila y piruetas en la guitarra con zapatillas y hortalizas, el fuerte y rítmico pulso funk de la batería, y un bajo que llega a lo profundo del pecho en cada nota, hacen pensar que Divididos funciona mejor en un estadio que en cualquier otra parte. Y efectivamente podría ser así, pero todo indica que para la banda esto no es algo tan natural. 

«Ahí se dio esta cosa de “bueno, hagamos un estadio”, que nunca habíamos hecho uno. Y fue duro porque a nosotros nos gusta tocar seguido, y para tocar en ese lugar tienes que parar de tocar, y fue durísimo, porque además es un estadio de fútbol, que tiene las reglas del fútbol y del deporte, que está primero que cualquier otra cosa. Entonces teníamos una fecha prevista, y la fecha se suspendió porque había un evento futbolístico, nos corrieron la fecha (Vélez estaba jugando la Copa Libertadores en ese entonces, y terminó ganándola). Después hubo cuatro o cinco situaciones que nos hizo ir postergando la fecha por meses, entonces fue realmente un sufrimiento estar esperando ahí el día para poder tocar. Sumado a otras cosas que sucedieron con la banda que nos hizo pasar un momento no muy agradable», relata Mollo para luego confesar que «de hecho, eso lo grabamos y terminamos borrando la cinta», dice soltando una risa con algo de vergüenza.

Me imagino que por eso mismo esto tiene esa épica de la “revancha”.

Ponéle que maduramos (ríe). No sé, después de 30 años decís «ahora sí estoy preparado para esto», pero costó.

Pensar en escuchar la música de Divididos en un estadio de fútbol inmediatamente pone las expectativas en el cielo. Los registros de presentaciones en vivo en la música argentina tienen un componente adicional que los hace bastante particulares, otorgándole cierta majestuosidad a canciones que, grabadas en estudio, no necesariamente la tienen. Así, se hace casi un lugar común pensar los conciertos y los partidos de fútbol en Argentina como rituales colectivos que guardan cierta continuidad, haciéndose difíciles de separar.

A tu juicio, ¿qué tienen los argentinos con los rituales colectivos, con esa pasión? ¿Tienes alguna idea de por qué es tan particular?

Los que no asisten a los templos religiosos, quizá buscan otra manera de conectarse con esa energía. Es una manera de conectarte con una energía en común, para mí es eso, quien va a escuchar y quien va a hacer sonar sus instrumentos están en comunión. Porque no hay nada malo en todo eso, es todo bueno, el que paga una entrada para ir a ver algo es porque tiene un amor hacia eso. Entonces se genera una energía hermosa, que pasó en Chile la última vez que estuvimos, fue realmente emocionante, o sea, yo no lo guardo para el público argentino, me llevo la impresión de un show energético y con unos condimentos así del saltarín, como la canción. Entonces siento que es un lugar de liberación de cosas, esa energía tiene un lugar de sanación.

Ahora van a tocar acá en Chile en el Movistar Arena, que es un recinto grande. Ustedes han tocado antes en recintos grandes acá, pero ahora van a ser ustedes solos.

Sí, bueno, a mi igual me encantó donde tocamos (la última vez).

En el Teatro Caupolicán.

El Caupolicán, sí.

Debe ser como Obras, ¿no? ¿En tamaño?

Sí, pero a mí me aproximaba más al lugar donde tocamos, las más veces que tocamos acá en Buenos Aires es en el Teatro Flores, que es un espacio que cuando llegó el momento nos dieron una placa porque habíamos sido el único grupo que tocó 100 veces en ese lugar. Y ahora ya llevamos como 150. Pero son lugares que tienen cierta magia por su tamaño también. Así que esperamos que en el Movistar se dé eso, o sea ahora es un poco más grande y nosotros también vamos a tener más despliegue de sonido y esas cosas. Creo que va a ser una linda experiencia.

La primera vez que ustedes vinieron a Chile fue en 1996 al Estadio Víctor Jara, con “Otroletravaladna” y el compilado rojo. ¿Tienes recuerdos de esa época?

(Asiente largamente con la cabeza) No sonamos muy bien (ríe), siendo muy benévolo conmigo mismo. Parece que no sonamos muy bien. Pero tengo un recuerdo de haber caminado mucho por la calle, me acuerdo de la situación, de hablar con unos artesanos de allá, y llevarme de recuerdo un cristal de cuarzo de este tamaño (como una pelota de baby fútbol) que todavía lo tengo, y en el aeropuerto me lo quisieron sacar, pero luché hasta que me dejaron llevarlo. Dijeron que era un arma.

Divididos: Vamos lavando las remeras

Quenas que en el viento huyen

Divididos ha editado solamente dos álbumes con canciones originales en lo que va del siglo, el excelente “Vengo del Placard de Otro” (2002) y, ocho años más tarde, “Amapola del 66” (2010). Luego de eso, solamente han venido lanzamientos en vivo –en formato físico y digital–, y la regrabación de “40 Dibujos Ahí en el Piso” (1989), el disco debut del trío, bajo el rótulo de “Haciendo Cosas Raras” (2018). Por eso, ha sido grato ver cómo la banda ha publicado cinco canciones desde 2019, incluyendo títulos como ‘Mundo ganado’, ‘Nada tengo’, y ‘San Saltarín’. Sin duda, esta productividad hace esperar con ansias la publicación del esperado noveno disco de Mollo, Arnedo y Ciavarella. 

Han ido lanzando varias canciones nuevas desde 2019, ¿cómo ha ido funcionando eso? ¿Graban una y la sacan, o hay un material ya más o menos consolidado que van a ir soltando de a poco?

Y cuando las terminamos. Como en el momento en que paramos de tocar, porque el tema también es que desde que se abrió la situación pandémica, había como una necesidad de tocar, no solo de nosotros arriba del escenario, sino de la gente de participar de esa comunión. Y se empezó a dar una convocatoria muy grande, empezaron a salir lugares. Pasó con Chile, por ejemplo, hacía años que no íbamos y dijimos «vamos», como de proponerte cosas y cumplirlas. Entonces nos propusimos ir a Chile, a La Rioja, que es una provincia que está pegada a Chile, y hacía unos 14 o 15 años que no íbamos para allá. Entonces ha sido mucho de proponernos cosas, de decir «vamos como sea, pero vamos». Y bueno, un poco pasó eso y en ese vértigo las canciones van esperando acá para ser terminadas. Y le pusimos mucha energía a ‘San Saltarín’ y a otra que está casi lista, y a otras tres más que están ahí medio terminadas. Ésta la íbamos a guardar e íbamos a hacer un álbum, como era siempre, pero nos pareció acertado ponerla a sonar ahí antes de tocar en Vélez y presentarla ahí, qué sé yo, pensamos que era una linda cosa volver a ese lugar que también hace 30 años que no tocábamos y volver con una canción nueva.

Me encantó la colaboración con Wos en su último disco, y hace poco vi un video de una presentación en vivo de ‘Culpa’, donde el estadio se vino abajo. 

Sí, me asusté (ríe).

¿Cómo vives tú hoy día ese intercambio musical con las generaciones más jóvenes?

Naturalmente. Hay algo que trasciende fronteras generacionales que es la música. Pasa cuando, qué sé yo, a mi hijo le hice escuchar a Deep Purple, ¿entendés? Y tenía siete años. Entonces te das cuenta de que hay algo ahí, que no tiene que ver con lo generacional o con la moda, tiene que ver con eso que hace la música que es conmover. Entonces es como: te conmueve, o no te hace nada. Es como esa cosa que, si no te hizo vibrar por simpatía, viste que es como una resonancia, es la frecuencia de la música que debe tener determinada resonancia con tu cuerpo y con tu energía para que eso suceda. Y a mí me pasa con determinada música y con otras no tanto, y en este caso con lo que hace Vale (Valentín Oliva), con lo que hace Wos, hay mucha resonancia porque entiendo que es musical, que hay algo de esa música que me pertenece, como que hay una relación ahí, hay una correlación. Pero tiene que ver con eso, te gusta o no te gusta, en ese caso funcionó, de hecho, la reacción de la gente fue esa. Lo que yo te estoy contando ahora es lo que pasó un poco ahí, esa fusión hizo que todo funcionara armónicamente. 

¿Y notas tú que ese omnivorismo musical, ese relajo entre las personas que gustan de distintas corrientes musicales, es algo que se ha ido facilitando más recientemente?

Ahora somos más. Hubo abismos generacionales más fuertes como entre el tango y el rock. Eso fue una brecha más grande. Lo que pasa es que la música eléctrica se va emparentando, porque está dentro de una sonoridad que te es familiar. Pasar del unplugged que es el tango, al rock, es mucho más duro, porque las frecuencias son distintas, porque la estridencia de los instrumentos es distinta, porque la manera de cantar es distinta, entonces hay mucho de diferencia como para asimilarse rápidamente. Se llevó sus décadas para que eso se acomode, de hecho, hoy en Argentina el folklore y el rock conviven muy bien, y eso fue algo que se logró a través de los años.

En los discos de ustedes eso se nota muchísimo. 

Ahí hay mucho porque pusimos mucho énfasis en eso también. Y dio un buen resultado porque terminamos tocando en el festival de folklore en Cosquín para conmemorar los 100 años de Atahualpa Yupanqui. Y bueno, nos invitan a tocar, viste. «¡Wow, qué pasó!», y pasó eso, pasó que finalmente la fusión tuvo un buen camino.

Divididos: Vamos lavando las remeras

Buscar en el infierno lo que no es infierno

El 20 de abril recién pasado, Divididos estrenó ‘San Saltarín’, una luminosa nueva canción destinada a convertirse en un nuevo clásico del grupo, con guiños a composiciones de ritmo contagioso como ‘Cajita musical’, y una melodía de esas que se incrustan en el cerebro. Con videoclip incluido –algo que no hacían desde los tiempos de “Vengo del Placard de Otro”–, la canción simboliza una filosofía de vida que se debate entre la observación crítica de una realidad cada vez más desoladora y el optimismo necesario para enfrentarla sin volverse loco. «Buscar en el infierno lo que no es infierno», dice Mollo, parafraseando a Ítalo Calvino.

Cuéntame un poco sobre ‘San Saltarín’.

Y, qué sé yo, son lo que le llaman los contrafóbicos, ¿viste? Estamos viviendo un mundo muy horroroso, entonces ir para el otro lado me parece que es la única manera de generar algún otro tipo de energía. O sea, ya el horror que es este mundo que vivimos, hay que ir buscándole, como dijo Ítalo Calvino, «buscar en el infierno lo que no es infierno» para poder seguir. Entonces esa frase me marcó mucho hace muchos años, la aplico todo el tiempo en la vida. Salís a la calle, te subís a un auto y están todos locos, ¿viste? Entonces uno tiene que manejar más despacio, no tiene que subirse a esa locura de pasar al otro y la puteada y todas esas cosas. Hay que bajar un poco, si no, es una bola de nieve.

La canción tiene una vibra muy buena onda, más allá de la letra, y la melodía es muy bonita, así que conecta muy bien con lo que estás diciendo.

Para mí sí, tiene como mucho de música celta, ¿viste? Y esas cosas como de espíritu alto son necesarias en este momento. Entonces es ir por ese lado, vamos a darle un poco de esa cosa, ponéle optimista, no sé si feliz o alegre, porque no sé si es por ahí, pero sí el optimismo, no perder esa cosa de seguir para adelante desde tus convicciones, no desde como te arrastra una situación general. La letra habla un poco de eso, nosotros siempre arrancamos (la escritura de canciones) poniendo el foco en algo, y el foco en ese momento fue la alegría de los pibes cuando tocamos en vivo. Se nota que hay una situación como de regeneración de energía, donde nosotros nos oxigenamos y ellos también. La música provoca eso, que es la movilización del cuerpo. Entonces parte un poco de esa base, el saltarín es el tipo que está disfrutando de ese momento único, después veremos qué pasa, y antes no sé qué pasó. Pero ese momento es estar ahí, en sintonía con el presente.

Como cuando ganaron el mundial.

¡Eso! Viste, la alegría de decir «me quedo acá, me quedó acá disfrutando de esto». ¿Mañana? Qué se yo que va a pasar mañana, pero ahora no me puedo perder este momento en que mi cabeza tiene un rato de aire, de oxigenación. Está buenísimo. Yo nunca vi a seis millones de personas juntas y felices.

Impresionante.

A mí el fútbol nunca me gustó, no me interesa, porque entiendo que detrás de eso hay un gran negociado de 22 pibes que no llegan a 25 años y están sufriendo la presión de unos energúmenos ahí atrás, entonces esa parte es como la que me alejó del fútbol. Pero esta situación fue épica, ¿entendés? Tuvo una connotación también de enseñanza, a los tipos los castigaron muchísimo, y siguieron adelante con su convicción. Entonces esta canción, salvando la distancia, es un poco eso. 

A propósito de infierno, he leído algunas entrevistas tuyas donde resaltas mucho lo importante que es para ustedes lo análogo, la conexión humana, y esbozas una crítica al mundo digital. Esto está pasando a un nuevo nivel, con ejercicios de inteligencia artificial donde le han pedido a ChatGPT que genere un disco como si fuera Oasis, o que escriba una letra de canción como si fuera Nick Cave. Es para asustarse.

Sí, lo que pasa es que, como todo descubrimiento, puede ser utilizado para bien o para mal. Hoy es casi inofensivo pensar que una máquina puede emular la música de una persona, porque lo único que va a hacer es reconstruir datos ya hechos. Lo importante es la creación, esa es la diferencia. Es como que tú le muestres El Tríptico de El Bosco a la IA y te lo haga exactamente igual o te cambie algunas figuras de lugar, y la monja que estaba abajo te la ponga un poco más arriba, ¿entendés? Pero no va a crear algo desde un lugar, que es la única condición buena que tenemos como seres humanos, la creatividad. Después lo otro es manipulable, el tema es que la inteligencia artificial caiga en las mismas manos en las que cayó el descubrimiento de Einstein con el tema del átomo. Puede ser algo bueno, o puede terminar siendo una bomba atómica. Puede ser algo muy destructivo, o puede ser algo muy constructivo. Hoy están desarrollando alimentos con inteligencia artificial, con 3D y no sé qué y te hacen un bife de res. Y vos lo pensás y decís, bueno, alguien va a controlar los alimentos a partir de ahora. Entonces tenés que decir, ¿esto va a controlar el hambre de la humanidad? No, esto va a generar un control de la alimentación. Entonces, para bien, y para mal, y con la IA está pasando esto. No le tengo miedo a eso, pero sí a tener los ojos abiertos para saber hacia dónde va, ¿no? Dicen que no puede detectar la forma de la mano humana, lo cual es un lindo detalle. Entonces, en algún lado la humanidad asoma la cabeza.
Fuente: Rockaxis